Verano. Hago lo que hago desde niña en cada vacación. Leo. Leo novelas. Esta vez, en la galería de una estancia rodeada de montañas, recostada en una reposera mientras un techo inclinado me alivia del calor de la tarde cordobesa.

Así estaba, absorta, hasta que una sombra negra que cae me obliga a distraer la mirada de las letras. Lo que cayó está ahí, a centímetros de mis pies desnudos y es una cabeza de gato. Negra.

Sin embargo iba a sucederme un horror peor que esa presencia de cabeza muerta. Sin salir aun del estupor, un ruido sordo a tejas y una frase apenas pensada y escuchada como si fuera ajena, me deja perpleja: "Ahí viene el cuerpo".

Eso es lo que verdaderamente me espanta, haciéndome correr. Mi trozo de real es, más que una cabeza sin cuerpo un cuerpo sin cabeza -o mejor dicho su anuncio, su expectativa- el nunca propio cuerpo, el que me hace correr -una vez más- huyendo de mí.

Eugenia Serrano
EOL, Buenos Aires