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ASOCIACIÓN MUNDIAL DE PSICOANÁLISIS
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TEXTOS DE ORIENTACIÓN
La causa real es la causa no necesaria
por Marco Focchi

Marco FocchiLa noción de causalidad no tiene buena prensa en el pensamiento moderno. Bertrand Russell, en un texto que da la salida a la reflexión contemporánea sobre este problema, afirma que "La ley de causalidad, […] como muchas ideas que circulan entre los filósofos, es una reliquia de un tiempo desaparecido, al que sobrevive, como la monarquía, únicamente porque erróneamente se supone que no provoca estragos"[1].

Hume, en efecto, ha asestado un golpe decisivo al concepto de causa, liberándolo del vínculo con la necesidad. La causalidad, vínculo lógico entre la causa y el efecto, no es demostrable, y la relación entre causa y efecto puede constatarse exclusivamente a nivel de la experiencia, ahí donde únicamente el uso nos da la prueba de que a una cierta causa le sigue siempre un efecto determinado.

Sin embargo, es a él a quien puede atribuírsele el fundamento de la noción de causa que Lacan busca cuando, en "Position de l'inconscient"[2], dice que únicamente la instancia del inconsciente permite "que se capte la causa en ese nivel en el que un Hume pretende desemboscarla".

El concepto freudiano, sobre el que Lacan se basa para proponer aquí la noción de causa, es el de Nachträglichkeit, el efecto de retroacción, en el que un elemento heterogéneo, que Freud define como traumático, se vuelve activo solamente cuando, en un segundo tiempo, toma sentido para el sujeto.

En otros términos: para Freud, como para Hume, la causa permanece externa al plano lógico y discursivo, y es esto lo que le da consistencia como real. Al mismo tiempo, la causa, considerada como real y, por lo tanto, fuera de sentido, se torna efectiva únicamente cuando toma sentido en la dimensión subjetiva.

Aparece entonces una conceptualización de la causa que no coincide en absoluto con el concepto de causa en el discurso científico.

Cuando, en las neurociencias, se busca una molécula responsable de un comportamiento, — difundiendo en el público una idea de concreto y de eficacia particular ya que una molécula se sabe dónde está y se sabe cómo tratarla—, nos basamos sobre el concepto de causalidad, que es un concepto extensivo generalizado.

La extensión está definida por el hecho de ser partes extra partes, partes separadas unas de otras. La extensión es pura exterioridad, sin conciencia, sin pensamiento, sin nada que la anime. De hecho, la física — la disciplina que estudia específicamente esta exterioridad (lo que ocupa esta exterioridad) — es una ciencia de los cuerpos inertes, sometidos a la ley fundamental de la energía según la cual un cuerpo se pone en movimiento únicamente si recibe un impulso del exterior o, si ya está en movimiento, se detiene únicamente si encuentra un obstáculo exterior a él mismo.

Cuando las neurociencias, con todos sus innegables progresos, buscan en el cerebro la causa de un comportamiento, caen inevitablemente en la investigación de una causa externa (que el cerebro esté situado dentro del cráneo no cambia nada con respecto a la definición de partes extra partes).

A la inversa, si nos preguntamos donde se sitúa el elemento heterogéneo o traumático que se activa a posteriori con el mecanismo del Nachträglichkeit, la única respuesta que podemos dar es que no está localizado, que no tiene coordenadas espaciales, es un encuentro sin lugar, y es un "mal encuentro". Este encuentro, contingente, no solamente no tiene lugar de cita, sino simplemente no puede ser referido a ninguna coordenada espacial, es un aleteo, una deshilachadura de la existencia en la que el tiempo se detiene.

La causa, en psicoanálisis, como causa del deseo, no tiene un carácter extensivo, no está situada en un exterior, porque está en el Otro. El sujeto extrae del Otro la causa de su propio deseo y, cuando no es así, cuando la voz o la mirada no están situadas en el lugar del Otro — que no es un lugar del espacio — las cosas son más difíciles; por ello toman la forma del delirio o de alucinaciones.

Lacan ha jugado con esta idea en una de sus últimas conferencias. Si la libertad consiste en el hecho de tener en uno mismo su propia causa, según la definición aristotélica clásica que recorre bajo diversas formulaciones toda la filosofía (tener en sí su propia causa es diferente de ser "causa sui", prerrogativa que Spinoza reservaba a la substancia, la única que él llamaba Dios), entonces, el psicótico es, por definición, el hombre libre.

La última enseñanza de Lacan hizo pedazos las distinciones estructurales de las categorías clínicas, suprimiendo los límites que separaban claramente la neurosis y la psicosis. La locura entendida como imposibilidad de afrontar la sexualidad mediante el saber, del logos, de la razón, implica a todos los seres hablantes sin distinción de categorías.

La sexualidad, ahí donde el psicoanálisis encuentra su propio real, diferente del extensivo de la ciencia, es un campo en el que el vínculo entre la causa y el efecto está roto. En "Posición del inconsciente", Lacan ha pensado la causa en referencia a una "razón": la causa perenniza la razón que subordina el sujeto al efecto del significante. Con la generalización de la locura a todos los seres hablantes, esta razón ha sido retirada, como si ni siquiera se hablase más del efecto del significante al que el sujeto está subordinado.

El tiempo suspendido del elemento heterogéneo no encuentra razón a la que engancharse y va a la deriva, circunscrito cuando es posible por un síntoma.

Ese momento suspendido sin razón es el hic Rhodus hic salta de nuestra clínica en la que la apuesta es hacer de un síntoma una razón, no por la que vivir, sino con la que (complemento circunstancial de medio) vivir.


Traducción Carmen Cuñat

  1. Russell B., « Sur la notion de cause », Philosophie, 1/2006, n°89, p. 3.
  2. Lacan J., « Posición del inconsciente », Escritos, Barcelona, RBA, 2006, p. 818.