Nunca antes había estado en Roma, lugar de un atractivo decidido desde antes por su anagrama, a-m-o-r que obnubilaba.

En la noche de un junio cálido, me encuentro frente al gran pórtico verde del priorato de la Orden de Malta en la Piazza de sus Cavalieri. Un gesto casi reverencial, el de inclinarme levemente para espiar por el ojo de la cerradura, es interrumpido por una visión súbita que hace presente una mirada en el fondo ilusorio del buco… Se dirá una bella vista de la cúpula de San Pedro escoltada a su vez por una carretera de setos. La incandescente luminosidad de la cúpula, hace brillar en el centro de la negrura un punto luminoso que me atraviesa. ¿Ilusión óptica, escenografía teatral, trampantojo de los Cavalieri? Con su estela de incredulidad aquella mirada descompleto el montón de símbolos, atribuidos a la cábala secreta, presentes a mis espaldas y apenas entre vistos en el espesor de la noche.

En la víspera del regreso, il buco abierto por el ojo de la cerradura produce un sueño que remeda aquella visión con un extraño sentido invertido. Sin saber dónde me hallaba, en una especie de obscuridad apenas contorneada por un "aro" luminoso, me despierto al a-dios de Roma.

Gabriela Rodríguez
EOL, La Plata