En el primer capítulo del Seminario XI, Lacan plantea la pregunta: « ¿Qué es el deseo del analista? ¿Qué debe ser el deseo del analista para que opere?»[1] Y, en el último capítulo de este mismo Seminario, anticipa – como es bien sabido – que «el deseo del analista no es un deseo puro. Es un deseo de obtener la diferencia absoluta»[2]. Lacan precisa que la diferencia de la que se trata es aquella que «interviene» cuando el sujeto, «confrontado al significante primordial», «accede», por vez primera, «a la posición de sujeción a él»[3]. Tal diferencia se revela, entonces, como «legible»[4] bajo la forma de un intervalo – ya se trate del de la división del sujeto o del de la sexualidad. Así pues, el deseo del analista opera, en la medida en la que provoca la intervención de este intervalo, es decir su apertura. Entonces, si podemos decirlo así, el intervalo interviene. El deseo del analista es aquí considerado desde el punto de vista de la relación con lo simbólico. Ahora bien, entre la primera y la última enseñanza de Lacan, el acento se desplaza de lo simbólico hacia lo real. En su presentación del tema del próximo Congreso de la AMP, Jacques-Alain Miller indicó que «para entrar en el siglo XXIº, nuestra clínica deberá centrarse sobre el desmontaje de la defensa, desordenar la defensa contra lo real»[5]. En esta perspectiva, el deseo del analista debe ser entonces abordado desde el punto de la relación con lo real: «El deseo del analista, pudo decir J.-A. Miller, es el deseo de alcanzar lo real, de reducir al Otro a su real y de liberarlo del sentido.»[6] Desde su Curso del 2 de diciembre de 1998, J.-A. Miller había llamado la atención sobre esta expresión de Lacan: molestar la defensa. Encontramos, en efecto, la expresión en cuestión en la lección del 11 de enero de 1977 del Seminario XXIV: «En resumen, el inconsciente, es que hablamos (…) solos. Hablamos solos, porque decimos siempre una única y misma cosa – salvo si nos abrimos a dialogar con un psicoanalista. No hay forma de hacerlo de otra manera que recibiendo de un psicoanalista lo que molesta la defensa.»[7] J.-A. Miller ha hecho notar, en su Curso del 2 de diciembre de 1998, que molestar la defensa no es lo mismo que interpretar la represión. Encontramos este término – déranger (molestar) – en el pasaje de «La dirección de la cura» en el que Lacan evoca el caso del hombre del juego del trilero. Breve recordatorio. El paciente, mostrándose impotente, propone a su amante hacer entrar un tercer hombre en el baile. En ese momento, ella tiene un sueño. Podemos resumirlo así: aunque ella tenga un falo, quiere, sin embargo, tener uno. El efecto del relato de este sueño es inmediato. El paciente recobra inmediatamente sus facultades. Comentario de Lacan (en resumen): «La mujer restaura aquí mediante una astucia un juego de escape que el análisis ha perturbado»[8]. Entre paréntesis, esta expresión «un juego de escape», que alude a la defensa, a la intriga. En cualquier caso, la moraleja de la fábula, dice Lacan, es la siguiente: «De nada sirve tenerlo, cuando su deseo es el de serlo»[9]. ¿No podríamos decir a propósito del caso del hombre de los sesos frescos, que Lacan indica a Kris que, ahí donde interpreta la defensa, habría por el contrario que haberla molestado? Aquí también, resumamos. La interpretación de Kris es la siguiente: El paciente se prohíbe robar las ideas de los otros acusándose de querer robárselas. Pero, de hecho, no roba. Se acusa entonces de querer robar para impedirse robar. Es lo que se llama, dice Lacan, «analizar la defensa antes que la pulsión que aquí se manifiesta en la atracción hacia las ideas de los otros»[10]. También, a aquel que, algunos años antes, se había permitido decirle: «¡Eso no se hace!»[11], Lacan le replica: «Erró Vd. el blanco». Lacan, apoyándose en el acting out del paciente, define bien lo que es molestar la defensa. Se dirige directamente a Kris: «Lo que aquí importa no es que su paciente no robe. Es que roba nada. Eso es lo que habría que haberle hecho oír»[12] Este nada indica, en efecto, de lo que se trata: «Es que no se le ocurre que pueda tener una idea propia»[13]. Lo real, ciertamente, sorprende. Pero es el analista quien debe sorprender a lo real, ahí donde resuena, por ese mismo hecho, la incidencia del traumatismo. No se trata del psicoanalista sorprendido del que habla Théodore Reik, sino del analista sorprendente y – la palabra es de J.-A. Miller – del analista «sorprendedor».
Traducción: Carmen Cuñat